El mismo dilema que planteaba ayer con las hormigas se repite con las avispas. Todos años por estas fechas, en la parcela de Villamayor se muestran especialmente agresivas con todo aquel que pasa cerca de sus nidos. Y casi todos años yo me llevo uno o dos picotazos.
Ayer, mi vecino de enfrente me ofreció un spray que las elimina de raíz y yo accedí -un poco contrariado- a vaporizar el veneno en el nido. Algo me decía que, también en este caso, la vida de las avispas debe ser preservada. Debe tener algún sentido y para algo deben de servir. De nuevo una mezcla de perplejidad y desazón se apoderó de mi.
Razonando con más tranquilidad pude dilucidar con más acierto la cuestión. Pensé que, en primer lugar, debo sustituir todos los tubos metálicos por otros soportes rígidos de madera porque el género véspula tiene especial querencia por las oquedades calientes. Tampoco debo pasar cerca de sus nidos en época de cría pues -con carácter general- todos los animales son muy sensibles a la defensa de su territorio cuando hay vida joven por medio. Y, finalmente, debo informarme bien sobre los usos y costumbres de las avispas y su función en la naturaleza.
Aplicando todos estos remedios, quizás pueda evitar este verano los picotazos de rigor y, de paso comprender mejor a estos himenópteros.
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