A base de explicar el tema de la evolución humana en las clases de Psicología me fui haciendo consciente de la nimiedad que supone una vida comparada con toda la trayectoria que lleva la humanidad desde sus comienzos. De hecho, si me pongo a rebobinar, el recuerdo que guardo de mis antepasados es bastante exiguo. Recuerdo con claridad a mis abuelos paternos y maternos y sus hechos e imágenes todavía están presentes en mí.
Pero ya no conocí a mis bisabuelos. Las referencias que tengo de ellos son muy vagas y además filtradas por el tamiz explicativo de mis padres. De los tatarabuelos ya no queda memoria alguna, salvo su nombre, recuperado de los archivos del ayuntamiento.
Si continúo el conteo hacia atrás los parentescos cada vez se difuminan más ¿Quién fue el tatarabuelo de mi tatarabuelo y cómo vivió su vida? Una enorme laguna de ignorancia cubre la sucesión, el encadenamiento de mis ancestros.
A veces me da por pensar que, dentro de 300 años, si mis hijas y sus hijos y los hijos de sus hijos, etc. tienen descendientes, habrá alguno que, picado por la curiosidad, le echará un vistazo a la Internet del futuro y se podrá asomar a cómo pensaba, qué hacía y qué le preocupaba a su tatatatarabuelo José Luis Pueyo.
Desde aquí le mando un saludo y el deseo de que sea feliz, viva la vida con intensidad y compruebe por sí mismo o misma las cosas. Todos nos juntaremos en la sopa de átomos que se formará cuando nuestro universo termine su recorrido.
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