Repaso mi vida y constato que casi siempre he estado metido en, al menos, dos faenas importantes: de joven, trabajar por la mañana, estudiar por la tarde y, durante alguna temporada, hacer teatro por la noche. De más mayor, trabajar de maestro y estudiar para sacarme la licenciatura. Más adelante trabajar de profesor y planificar y dirigir salidas con personas mayores. Dirigir una academia y una empresa de extraescolares...
Por eso no es de extrañar que siempre haya sentido como una urgencia, un impulso por aprovechar al máximo el tiempo y acortar -todo lo posible- los períodos que yo consideraba perdidos por no estar dedicados a alguna de las dos tareas principales: desplazamientos, conversaciones sin interés, esperas en colas, mantenimiento básico del hogar, tareas domésticas, etc.
Ahora con la jubilación, un nuevo universo se ha abierto para mí. Por fin me he liberado de esa incómoda sensación de no estar aprovechando las horas. El paradigma ha cambiado. Ya no es necesario que me apresure con el fin de disponer de tiempo para lo importante. Ahora puedo disfrutar incluso perdiéndolo.
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