Caminar por la calle y ver algún indigente. Encontrarte de frente con el mendigo que habitualmente pide limosna en la esquina de siempre. Ver cómo a determinadas horas ya hay personas rebuscando alimentos en la basura. Varias chabolas que se han erigido en un solar abandonado. Ciudadanos que realizan su particular recorrido en bicicleta con los útiles de escarbar entre los desechos que arrojamos a los contenedores....
Son imágenes habituales. Ya casi nos hemos acomodado a ellas. Las hemos integrado en nuestra cotidianidad. No nos llaman la atención.
Pero una sociedad avanzada debería disponer de sistemas afinados de detección de urgencias sociales. Cada pobre representa lo que representa: la incapacidad del sistema para atender las demandas más urgentes de la población. Algo inadmisible.
Soy consciente de lo mucho que se ha avanzado y, desde luego, hay que agradecer la intensísima labor que realizan muchas organizaciones benéficas. Pero todavía quedan "flecos". Todavía hay personas que diariamente nos recuerdan la urgencia de solucionar, de forma definitiva, los casos de pobreza extrema.
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