Hace ya unos años que me suele ocurrir con frecuencia. Un acto tan sencillo como olvidar las llaves de casa y no encontrarlas, o no saber dónde he dejado el monedero, o, peor aún no tener localizado el móvil, me produce al instante una gran inquietud.
La incertidumbre de ignorar el emplazamiento de algo, de no saber dónde lo he dejado genera en mí una importante frustración. Y he observado que con el tiempo la intensidad de esta emoción se va incrementando. Parece como si mi cerebro se negara a aceptar la indeterminación, la alteración del orden natural de las cosas, la intriga de saber si aparecerán o se desvanecerán para siempre.
Quizás sean esquemas de pensamiento asociados a la edad. O a lo mejor se trata de una búsqueda inconsciente de armonía y organización. Lo que sí sé con seguridad es que debería acotar este rasgo de mi personalidad y tratar de controlar los extravíos.
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