Me veo a mí mismo con afán empeñado en acondicionar un terreno para que quede a mi gusto y me pregunto el por qué de tanto esfuerzo, de tanto interés, de tanta dedicación.
Contrasto mis intereses con los de mis amigos y conocidos y concluyo que cada cual tendemos a recrear lo que vivimos en nuestra niñez. Nuestros padres fueron los modelos y la sutil impregnación de lo que vimos que hacían se traslada -adaptada- a nuestra conducta en la madurez.
No se puede entender de otra manera el empeño que unos tenemos en arreglar, en reparar, en acondicionar. O el afán de otros por comer y beber en compañía de amigos. O el empeño por viajar. O la firme inclinación por el pasado, por lo antiguo, por épocas pretéritas.
Cada cual hemos tenido un estilo diferente de crianza y un particular proceso de socialización.
Y la suma de todos los eventos que han ocurrido en nuestra vida -en especial los que sucedieron en nuestra niñez- dejan una huella indeleble. Forjan nuestro carácter.
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