Al igual que en la entrada anterior hablaba de la primavera y de la repetición anual de los ciclos, aquí quiero fijar mi mirada en la renovación generacional.
Cuando vivía en el pueblo, veía con naturalidad el hecho del nacimiento de nuevos vecinos, hijos del pueblo. Y con la misma naturalidad se apreciaba que la gente se hiciera mayor y muriera. Es algo de sentido común. El ciclo de la vida diría yo.
Al pasar a la ciudad, estos ciclos ya quedan más ocultos. Cada cual metido en su cubículo, sólo hay un estrecho margen para apreciar el nacimiento de tal o cual vecino. Los niños ya no corretean por la calle y los abuelos fallecen en el hospital.
Por ventura, el hecho de vivir en una urbanización de unifamiliares me ha vuelto a trasladar de nuevo al pasado. A apreciar de primera mano el inexorable paso del tiempo. Para mal en algunos casos y para ventura de las familias en la mayoría de ellos.
Estos días se ven en la calle de mi fila de viviendas muchos niños. Jugando ingenua y apasionadamente. Acompañados de sus padres y sus abuelos. Pertenecen ya a la tercera generación. Los nietos de los propietarios que, en su momento adquirieron las casas.
Uno no puede sino pensar en toda esa vida que se ha generado. Con un poco de fortuna casi llegarán al año 2.100.
Qué les espera a cada uno de los niños de mi urbanización constituye un auténtico enigma. Sólo se que, de buen grado, ahora me cambiaría por cualquiera de ellos.
Pasa el tiempo y vemos a unos que se alejan y a otros que vienen, es la historia de la reposición natural. Cierta envidieta nos queda a los que nos vamos haciendo mayores y quisiéramos volver a empezar, pero no pasa nada, admitiremos a los nuevos e intentaremos que también sean felices.Es la vida, saludos de Javier. Da gusto leer tus artículos.
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