Ayer fue una jornada intensa. Hacía un día que había recibido 5 abejas reinas. Cuatro de ellas sin fecundar y una fecundada y urgía introducirlas en los cinco núcleos de abejas que previamente habíamos conformado en el asentamiento apícola.
Así es que, junto al amigo Juan, nos desplazamos a las colmenas, nos enfundamos los blusones de protección y procedimos a la introducción de una soberana en cada uno de los núcleos.
La operación no estuvo exenta de incidencias. Casi siempre ocurre que lo que te encuentras no coincide con lo que tu has planeado: un panal que no encaja bien en la nueva colmena, el olvido de los guantes y algún que otro picotazo constituyeron un aditamento adicional de la experiencia.
El olor a tomillo y también a humo y el recuerdo del zumbido de los himenópteros quedan fijados en la memoria sensorial por unas horas. Hasta puede ocurrir que esa misma noche tus sueños también tengan relación con el mundo abejeril.
El caso es que las cuatro horas y pico que invertimos en la operación se pasaron sin enterarme. Tan entregado estaba en la tarea que perdí por completo la noción del tiempo, el transcurrir de las horas.
Por eso digo que ayer el día estuvo bien empleado, bien aprovechado. Y ese sentimiento de haber estado haciendo lo correcto, lo que te pedía el cuerpo, constituye un regalo de primer orden. Un bálsamo para el espíritu.
Me da igual que lo que te entusiasme sea la música, las películas del oeste o la reproducción de la lombriz de tierra. El caso es que cuando experimentas esa sensación de paz y orden, ese fluir de la experiencia, sientes que realmente estás haciendo lo que debes, que estás aprovechando el día.
Y el cuerpo recibe esa bondad de espíritu como un bálsamo terapéutico, así se pasan los días y las horas de una forma maravilla, haciendo lo que a uno le gusta. Saludos a las nuevas familias del Abejar,....Entre pinos y tranquilidades, un saludo de Javier.
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