Se repite el ciclo. Una vez más. Los árboles toman de nuevo el pulso a la naturaleza y se engalanan con alegres adornos florales. Llaman la atención. Y mucho. Es un espectáculo multicolor. Una explosión de distintas tonalidades. Una alegría para la vista. Mejor aún, para todos los sentidos.
Y a mi, para estas fechas también me entra la fiebre de adornar el jardín con alegres florezuelas. Juveniles y traviesas. Dispuestas ellas para saciar las ansias de recreo de los volubles humanos. La primavera irrumpe con toda su energía.
Corre de nuevo la savia por las plantas y toda la maquinaria se pone en marcha para engendrar vida por doquier. El limonero se vuelve loco. Genera muchas más flores de las que luego van a producir frutos. Diríase que se cura en salud aunque luego proceda a la poda inmisericorde de muchas de ellas. No atino a adivinar qué cabalísticos secretos esconde su proceder.
Cómo decide que una flor prospere y no la otra es un auténtico misterio. Algo parecido pasa con el cerezo y, por extensión con el resto de los árboles frutales.
Una extraña simbiosis se ha establecido desde tiempos inmemoriales entre las flores y la especie humana. Quizás busquen la pervivencia a través del atractivo de sus lindos colores. Quizás estén diseñadas para atraer a las aves, las abejas y otros polinizadores. Seguro que es por alguna razón. Todo hecho tiene su causa.
Buen artículo, José Luis. Nos llegan meses de vida y disfrute y diálogos con la naturaleza. Los nenúfares de la Expo vienen perezosos, pero no tardarán en aparecer,mi control anual para componer portadas del libro del alma, gracias otra vez por ese regalo.los ánimos vienen fuerte. Un abrazo de Javier.
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