Translate

viernes, 2 de septiembre de 2016

Primera pregunta... ¿y por qué yo?

Ante un suceso de la envergadura de un ictus, una vez que el proceso se ha desencadenado, es inevitable hacerse un montón de preguntas. Y también de darle muchas vueltas a la cabeza.

Inicialmente te planteas en qué condiciones te vas a quedar. Según voy leyendo en Internet, cada ictus constituye un caso particular. El rango de gravedad abarca desde el fallecimiento o la incapacidad parcial o total hasta la desaparición de los déficits en unos días. Cada episodio es distinto y cada persona responde de una forma diferente.

Desde luego el temor a no valerte por ti mismo es la primera idea que pasa por la cabeza. Que no puedas tener autonomía. Que te vuelvas dependiente. ¡Que horror!

Es más, suponiendo que no te hayas quedado muy mal, otro temor también ronda por tu mente: la posibilidad de que se vuelva a repetir. Que te de otro ictus.

Y luego está el análisis de las circunstancias que han conducido a esta situación. Las posibles causas que hayan podido confluir en un accidente tan aparatoso. A todo ello, según mi propia experiencia se le dan vueltas y más vueltas en los días que siguen al accidente vascular cerebral.

Desde luego los factores de riesgo se conocen muy bien: hipertensión arterial y tendencia personal a la formación de placas de ateroma o placas de colesterol sumado todo ello a la edad. Pero yo, además, añadiría otros factores y uno de ellos, a mi entender muy importante es la propia personalidad del sujeto. Por ejemplo la tendencia a ser competitivo, a no dar nunca un paso atrás, creo que supone un plus en las posibilidades de sufrir un ictus. A todo ello hay que añadirle la propia historia personal del individuo. Su alimentación, su estilo de vida, su forma de encarar el ocio y las relaciones interpersonales.... Todo ello converge de forma fatal cuando sobreviene un ictus.

Después está el tema de la revisión de todo aquello que no deberías haber hecho, de los errores que crees que has cometido a lo largo de tu vida  y que pueden haberte conducido a esta situación. Desde mi punto de vista, aunque es un ejercicio interesante, no merece la pena darle muchas vueltas. La propia palabra "accidente" es indicativa de que, a posteriori, es muy fácil señalar todo aquello que hiciste incorrectamente. En el caso de un accidente de tráfico, pongamos por caso, enseguida das con los errores que podías haber evitado: no descansar suficientemente, no despistarte con el aparato de radio, circular a más velocidad de lo aconsejable... Lo mismo ocurre con el ictus: debería haber prestado más atención a mi presión arterial, no debería haber abusado del alcohol en tal o cual situación, ni comer tantas grasas, no debería haber forzado tanto mi organismo... Como digo no merece la pena darle vueltas al tema. Lo pasado pasado está. Es mejor centrar la atención en lo que puede hacerse a partir del día "0". Intentar rehabilitar al máximo y tratar de normalizar tu vida tanto como sea posible.

Lo que tengo claro es que, a pesar de lo que se suele decir, ni la casualidad ni la mala suerte son las causas del ictus. El ataque sobreviene como consecuencia de múltiples factores, todos ellos perfectamente explicables a poco que se indague en la historia personal del sujeto. Y también quiero dejar claro que no me parece una buena estrategia culparse o fustigarse por haber llevado un estilo de vida determinado. Cada uno hemos encarado la vida de la mejor forma que nos ha parecido en cada momento. No queda más remedio que asumir nuestros errores y nuestras equivocaciones si así los queremos llamar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario