Liberado ya del yugo cibernético, decido empezar una nueva vida más pegada al ámbito analógico. En realidad, ahora que lo pienso, esta ES la verdadera. La otra, la de los avatares, los gadgets y las cuentas de usuario, nos la han vendido con habilidad, pero más que una vida, es un sinvivir.
Nos han convencido de que ya no eres nadie si no dispones de varias cuentas de correo, varias identidades en Facebook, Linkedin, Google, Microsoft y compañía. A paseo pues con todo y vamos a ver cómo discurren las cosas.
El día después me levanto sin la compañía del móvil. La hora la tendré que mirar en un despertador tradicional, de los de campana y trinquete mecánico. Ahora que lo pienso, el despertador que tengo ahora también va con pilas.
No pasa nada, será eliminado y sustituido por un hermano de otra época; por un despertador a cuerda. Inicio los preparativos en el cuarto de baño. Ya sin móvil para leer las noticias de la mañana. Me entretengo identificando nuevos sonidos: el del agua de las tuberías del vecino, lejanos ecos de puertas que se abren y se cierran, perros que ladran intermitentemente en el jardín, el chirrido de una urraca...
También detecto el suave ulular del viento. Y me doy cuenta de lo alejado que he vivido de él. Como si no existiera. En la ciudad, una vez que nos metemos en harina, los fenómenos meteorológicos quedan apartados. Tanto más cuanto más dispositivos electrónicos utilicemos a diario.
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