De cuando en cuando voy con un amigo a almorzar a un mesón. Aprovechamos la ocasión para saborear la variedad de viandas tradicionales que allí se exponen y, de paso, hablar de nuestros temas poniéndonos al día.
Y siempre me llama la atención el gran parecido, la semejanza y la similitud que se manifiesta entre este establecimiento y los mesones de la edad media. La persistencia de hábitos y rituales desde tiempos remotos.
De entrada la mayor parte de los que allí almuerzan son hombres. Casi todos ya maduros. Y el servicio está constituido por mujeres que con gran celeridad y presteza atienden las peticiones de los hambrientos clientes.
Allí se da cita la clientela ya por la mañana para materializar su particular celebración y disfrutar de la comida. Para empezar la jornada con un buen plato de jamón, una carrillera de cerdo o media perdiz escabechada. Todo ello, por supuesto, acompañado de una cumplida ración de vino.
Está visto que los placeres terrenales y las ganas de disfrute perviven a pesar del paso del tiempo.
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