Mi actual casi diario contacto con el campo me proporciona la ocasión de observar numerosas secuencias de la vida de los insectos que, seguro, resulta imposible contemplar en la ciudad.
Observo, por ejemplo, el paso lento de las hormigas del colmenar de Uncastillo. A diferencia de sus homónomas de Zaragoza, esa lentitud en el desplazarse llama la atención. No tienen prisa. No parecen estresadas ¿Cuántos millones de años llevarán comportándose de la misma manera? ¿A qué se debe esa diferencia en su "tempo" de desplazamiento?
Salgo por la noche al jardín de Zaragoza a ver si capturo algún caracol de los que tan ricamente se alimentan de mis plantas. Apunto la luz del móvil a un rincón en el que me parece que hay más actividad. Efectivamente. Cientos de diminutas hormigas están empeñadas en acosar a una pequeña oruga que se retuerce bajo sus empellones. Todo su afán es hacerse con el botín al precio que sea. La oruga se resiste hasta que sus fuerzas empiezan a flaquear. En ese preciso instante una increíble masa de formícidos se abate sobre ella. Sus días han terminado.
Acudo a reponer el agua en el bidón que sirve de depósito para el riego de las plantas en el monte. Unas avispas han hecho su nido justo en el centro del tape del bidón. Hasta hace dos días yo desenroscaba la tapa confiado porque las avispas no se alteraban. Pero en mi última visita ese pacto de no agresión que yo imaginaba decayó. Fue comenzar a desenroscar y un enjambre furioso de himenópteros se lanza contra mi. Menos mal que llevo la careta y guantes de cuero. Si no me ponen a caldo.
También en el colmenar de Uncastillo. Siempre que abro la puerta un escarabajo hace su aparición. Lo retiro con el recogedor (el badil) y lo traslado afuera, lejos de la cabaña. Vano empeño porque en mi próxima visita se repetirá la operación.
Una ingente masa de pulgones se ha instalado en un ciruelo de Villamayor. Hace años que no fumigo, lo cual me facilita la oportunidad e observar a todo tipo de insectos que se alimentan de estos áfidos: avispas, moscas, morcardones, mariquitas, tijeretas y todo un universo de bichos que no conozco aprovechan la coyuntura y se ponen morados comiendo pulgones. Debe ser un bocado exquisito para ellos puesto que ya llevan varias semanas alimentándose de estos animalillos.
Debajo de cualquier piedra, entre las raíces de las plantas, bajo tierra, escondidos o a la luz del día pululan cientos si no miles de insectos. Casi siempre transparentes a nuestra mirada.
Pero a nada que observas un poco te das cuenta que todas esas criaturas -esos seres- también cumplen con la regla de oro de la naturaleza: "Los seres vivos nacen, crecen, se reproducen... y mueren"
Un refresco para la mente,eso es lo que transmiten tus artículos sobre la naturaleza, placidez y tranquilidad dentro del estado del jubileo, sin nada que urja ya, para construir y demostrar, disfrutar de todo lo que te rodea para entender mejor el mundo. Un abrazo , José Luis, y cuida con las avispas, que tienen mal genio.
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