Hace poco cambié el grifo del fregadero de la cocina -ya tocaba- y a lo largo de la mañana que duró el proceso, mil y una ideas iban y venían por mi mente.
El grifo ya tenía sus añicos. Casi iba a hacer 20 años. Dándonos un estupendo servicio a lo largo de todo ese tiempo.
Pero el desgaste ya se iba notando... La apertura y el cierre del agua ya no iba tan fina como en sus años mozos, el cromado ya iba desapareciendo, la mezcla de agua caliente con la fría no era tan precisa...
El proceso de desmontaje duró asimismo lo suyo. Mi agilidad también se ha resentido con el paso del tiempo. Y las imposibles posturas que debí adoptar debajo del fregadero sirvieron de recordatorio de que también mi propio organismo -al igual que el grifo- también ha sufrido el inevitable desgaste que a todos nos afecta.
Según iba aflojando tuercas y desmontando los manguitos una capa de restos de detergentes y otros subproductos se hacía notar. En los puntos donde nunca había entrado el estropajo el acúmulo de suciedad todavía era más notorio.
Al tiempo que iba extrayendo el grifo viejo una vaga sensación de nostalgia y tristeza se iba apoderando de mi. No es inusual. Reconozco que tengo querencia por los objetos inanimados que hay a mi alrededor. Al fin y al cabo el chisme nos ha acompañado a la familia durante casi un cuarto de siglo. Deshacernos ahora de él suena un poco a despedida de toda una época...
La cal también se había compactado en la boca del grifo y los manguitos se empezaban a obstruir. Seguro que algo parecido ha pasado con mis arterias, pensé. Las juntas de goma ya habían perdido su elasticidad, los soportes de fijación estaban claramente oxidados... La tendencia a la entropía, a que las cosas se vayan estropeando con el paso del tiempo es un principio universal...
Al comienzo de la operación, mis planes eran de terminar la faena en unas dos horas más o menos. Recordaba que, cuando lo coloqué en su momento -hace 19 años- no me pareció una tarea demasiado complicada.
Sin embargo en esta ocasión la cosa de prolongó a lo largo de toda una mañana. Lejos de ser una operación sencilla, todo un rosario de complicaciones se iba añadiendo a la teórica simplicidad del desmontaje y sustitución. Eso me dio pie para reflexionar sobre la juventud y el carácter decidido de las acciones en esta etapa de la vida a diferencia del ritmo ya más lento de la madurez.
Estas y otras muchas elucubraciones afloraron con el cambio del grifo. También pensé por un momento que no está muy claro quién volverá a cambiarlo cuando el inexorable paso del tiempo deteriore la nueva unidad. Ni qué reflexiones acudirán a la cabeza del que lleve a cabo la operación.
Participo en tu relato y me vuelvo a colocar las gafas de protección al colocar hace unos meses el grifo de la cocina.En una posición incómoda boca arriba dentro del armario me tenía que proteger de la posible caída de la llave de tubo. Sagaz y capaz fui,pero acabé con el cuerpo y el genio un poco atormentado por la incomodidad, sigo tu idea.Cada vez me cuesta más hacer las cosas, el cuerpo y sus extensiones empiezan a tener desajustes porque el tiempo impone su norma.Te doy la razón, el tiempo pasa y estoy de acuerdo con tu oda hacia los útiles de compañía de siempre,.... que siempre nos acompañan y forman parte de nuestro atelier,... todo sirve para reflexionar.Un abrazo de Javier.
ResponderEliminar