Estaba ahí, en mi armario. Despistado entre otras prendas que yo considero genuinas porque me identifico fácilmente con ellas. Camuflado entre camisas y otros compañeros de oficio. Y pasando, hasta ahora, desapercibido entre la multitud textil.
Sí, amigos. El pantalón color canela hasta la fecha había reposado tranquilamente pendiendo mansamente del colgador.... Hasta que un día de estos en los que no sabes muy bien qué ponerte, de nuevo focalicé mi mirada en él. Y decidí sacarlo de su letargo.
Me lo enfundé sintiendo una mezcla de curiosidad y extrañeza. No era para menos pues no recordaba ni el lugar ni el momento en el que lo hubiera adquirido. Aún así, decidí probar para ver cómo me sentaba.
Un poco ajustado, pero no está mal -me dije para mí- . Se puede llevar -concluí-
Desde aquel día he vuelto a repetir la operación en varias ocasiones. Me he vuelto a poner el referido pantalón. Lo he llevado en las más variadas y diversas circunstancias.
Pero debo admitir (y aquí viene la razón de esta entrada literaria) que nunca he acabado de aceptarlo como algo mío. Como un hijo más de la variada cohorte de prendas que pueblan mi armario. Como fiel compañero de andanzas.
La carencia de título de identidad, el desconocimiento de su pasado, del lugar en que se adquirió, del precio pagado por él, viene a ser como un lastre que desdibuja su personalidad, que difumina su vinculación con mi persona.
Por eso he concluido que el pantalón color canela es apócrifo. De dudosa autenticidad. Un pelín falso y algo fingido. Y que cuando lo visto, hay algo en él que me desconcierta. Y que, sin querer, traslado también a los que me rodean ese mismo sentimiento.
Por la misma regla de tres he llegado a concluir que cada cual cuenta en su haber con un cupo de experiencias personales también apócrifas. Las vives o las has vivido, pero no las consideras auténticas. No pertenecen a lo más selecto y granado de tu vida interior. Son, de alguna manera postizas, falsas, adulteradas....
Momentos de tu vida laboral, de tu relación de pareja, de tu devenir vital que en lo más íntimo de tu ser etiquetas como apócrifos, no verdaderos...
Y por contraste cuando vuelves la mirada hacia atrás, cuando recuerdas los años de infancia y de juventud, allí te sientes retratado como lo que de verdad eres, con las vivencias más prístinas y auténticas. Allí descansa tu yo más profundo...
Bello artículo has escrito, José Luis, de un pobrecico pantalón abandonado a su suerte has hecho una bonita obra literaria y una reflexión verdadera, la época de la infancia y juventud permanecen fuerte en el recuerdo, quizá por que la edad te obliga a revivir los tiempos pasados y los primeros fueron los mejores, quizá cuando tengamos 95 demos nombre a otra épocas.
ResponderEliminar