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viernes, 9 de febrero de 2018

En última instancia, somos átomos

Hace mucho tiempo, los átomos que hoy forman tu cuerpo se encontraban esparcidos a través de billones de kilómetros de espacio vacío. Miles de millones de años atrás no existía ningún indicio de que esos átomos acabarían llegando a configurar tus ojos, piel, cabello, huesos o los 86.000 millones de neuronas de tu cerebro.

Buena parte de ellos procedían del interior profundo de una estrella; o tal vez de varias, separadas a su vez por otros muchos billones de kilómetros. Cuando esas estrellas explotaron, arrojaron al exterior parte de su material constituyente, en un torrente de gas abrasador que llenó una pequeña parte de una galaxia: una entre cientos de miles de millones de ellas distribuidas a lo largo de un cuatrillón de kilómetros.

Algunos de estos átomos de tu cuerpo han estado anteriormente en el caparazón de un trilobites, o quizá de miles. Desde entonces han formado parte de tentáculos, raíces, pies, alas, sangre y, entre medias, de billones de bacterias.

Algunos otros habrán estado en los ojos de criaturas que contemplaron paisajes de hace cien millones de años; en la yema de huevos de dinosaurio o en el aliento de una criatura jadeante en medio de una glaciación.

Para otros, por el contrario, sería la primera vez que se instalaban en un ser vivo, tras haber vagado durante eones por océanos y nubes en forma de gotas de lluvia o copos de nieve. Ahora, en este instante, están todos aquí, dándote forma a ti.

Cada átomo es, a su vez, una estructura con un tamaño del orden de la diezmillonésima parte de un metro, lo que lo sitúa en los abruptos límites que separan la realidad que percibimos y el mundo cuántico. Los electrones ocupan difusamente buena parte del espacio por lo demás vacío del átomo. Los protones y los neutrones se agregan en un núcleo 100.000 veces menor que el átomo del que forman parte, y se componen, a su vez, de otras partículas extraordinariamente diminutas: quarks y gluones.

En cuanto al electrón, aunque puede que carezca de sentido asignarle un tamaño definido, a efectos prácticos podemos pensar en él como en un objeto diez billones de veces menor que el núcleo.

(Tomado y adaptado de la revista Investigación y Ciencia. Febrero 2018)

Un bebe, es un milagro atómico:
sus 4 kilos de peso son  400 000 000 000 000 000 000 000 000 átomos.
 
Incluso una vida humana larga sólo suma en total unas 650.000 horas y, cuando se avista ese modesto límite, o algún otro momento próximo, por razones desconocidas, tus átomos se dispersan en silencio y se van a ser otras cosas.

1 comentario:

  1. Eso de irse los átomos a otros sitios para ser otras cosas está bien, anima un poco, en el fondo nada se pierde, divagará por ahí buscando acomodo... otra cosica es,....Veo que lo pasas bien con la física y astrofísica, intentando buscar explicaciones a la evolución y la vida y para eso te acompañas de grandes escritos e investigaciones; a los profanos nos viene bien tus enseñanzas. Un abrazo José Luís.

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