Y mis reflexiones vienen a cuento de vivir esa experiencia. De pasar de un estado alerta de conciencia a una situación de pérdida de ella. Lo que en psicología se conoce como "estados alterados de la conciencia".
Y sí, amigos. A pesar de mis esfuerzos en mantenerme despierto cuando me aplicaron la sedación, de inmediato caí en un profundo sueño. Perdí totalmente la noción del espacio y del tiempo... Y no me enteré para nada de la prueba. Cuando desperté, mi mujer se hallaba a mi lado y poco a poco, gracias a su sosegada conversación volví de nuevo al mundo de los vivos...
Sin dolor y sin molestia alguna. Casi diría que fue una experiencia placentera.
Al rato de despertar empecé a elucubrar sobre este tránsito. A imaginar que, si en lugar de volver otra vez a mi estado normal de vigilia me hubiera dormido para siempre (o hubiera fallecido en el trance), en nada hubiera cambiado la experiencia. Una vez tu mente desconecta, lo que luego ocurre está ya fuera del alcance de tu yo. No percibes nada en absoluto. Como suele decirse tú ya no estás en lo que celebras.
Por la misma regla de tres, lo que nos ocurre en el "mundo externo" a cada uno de nosotros también tiene su miga. Sin ir más lejos, ayer fui a dar una vuelta por la parcela de Villamayor y al revisar los árboles frutales pude ver como todavía quedaba una granada en lo alto del árbol. Luego de dudar por un instante si la cogía o no, me incliné por intentar alcanzarla. Y con un poco de esfuerzo lo conseguí. Aunque de la misma forma pude haber optado por dejarla en el árbol. Entonces el relato hubiera sido otro. Probablemente, con el frío su corteza hubiérase agrietado y los pájaros hubieran dado buena cuenta de los sabrosos frutos. Pero no, opté por tomarla.
Más tarde, cuando ya estaba en casa, me puse a desgranarla y, con posterioridad a saborear su dulce jugo edulcorado con miel.
Según iba aplastando los granos en mi paladar, me preguntaba cuántas moléculas de la granada pasarían a formar parte de mi ser. Cuántos átomos acabarían integrándose en mi organismo. Cuántos serían para siempre parte de mi.
Y también me preguntaba qué ocurrirá con mis propios átomos, cuando yo deje de existir. Bueno, en realidad no serán "mis" átomos. Serán átomos sin más. Y quién sabe en que materia, sustancia u organismo se volverán a integrar cada uno de ellos. Pero seguro que a algún sitio irán a parar. La materia no se crea ni se destruye...
Según Wikipedia nuestro cuerpo se compone de:
- Hidrógeno→ 60 %
- Oxígeno → 25,5 %
- Carbono → 10,5 %
- Nitrógeno → 2,4 %
- Calcio → 0,22 %
- Fósforo → 0,13 %
- Azufre → 0,13 %
- Potasio → 0,04 %
- Cloro → 0,03 %*
Por lo tanto, un cuerpo humano promedio que pese (según el blog El tercer precog) unos 70 kg, contendrá: 7 kg de hidrógeno; 45,5 kg de oxígeno; 13,56 kg de carbono; 2,24 kg de nitrógeno; 0,97 kg de calcio; 0,45 kg de fósforo; 0,13 kg de cloro y 0,15 kg de potasio.
Y según los cálculos que veo en dicho blog, el número total de átomos sería de....
6,7 1027 átomos.
Sí, amigos. Tanto el macromundo como el micromundo son apabullantes. Si no, echadle un vistazo a este vídeo.
Me ha gustado la búsqueda de la granada,....y la mezcla de la miel como literatura pura en tu relato.! Jojo,jodo, jodo !, uno se llega asustar pero no pasa nada, .....sirven estas situaciones para reflexionar y contar cosas.Un abrazo de Javier
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