La sequía que venimos padeciendo desde finales de julio, ha afectado notablemente al ámbito micológico. Las setas y los hongos requieren humedad y el campo está seco, muy seco.
En esta ocasión, seis valientes nos hemos lanzado a la aventura y, haciendo caso omiso de los malos augurios, decidimos, cesta en mano, probar suerte por las laderas de Agromonte.
La madrugada no nos sentó bien a ninguno de los participantes. Salir a las siete de la mañana implica levantarte, como tarde a las 6:15. Una hora intempestiva para ser sábado. Todavía es de noche a esas horas.
De nuevo hemos sido poco respetuosos con el medio ambiente: por unas cosas u otras hemos debido emplear tres vehículos para desplazarnos hasta San Martín de Moncayo. Esta incidencia me ha obligado a pactar conmigo mismo que durante toda la semana laboral no utilizaré el coche para compensar el daño realizado.
En el Toyota íbamos RM y yo. Hicimos una intentona de parar a tomar un café en El Portal del Moncayo pero a las 8 todavía permanece cerrado, por lo que nos apuntamos a otro restaurante-bar que está ya cerca de Borja y que dice abrir las 24 horas. Allí nos templamos un poco con un café con leche y algo de bollería.
Reanudamos el viaje y, enseguida nos plantamos en el desvío hacia Vera de Moncayo. Con anterioridad habíamos pasado por las poblaciones de Borja, Maleján y Bulbuente.
En Vera de Moncayo no vimos indicación alguna hacia San Martín y continuamos en línea recta hacia el Monasterio de Veruela. Enseguida vimos que habíamos errado en la elección y tuvimos que dar media vuelta, preguntar y tomar el desvío adecuado.
Sobre las 8:57 llegamos al lugar de encuentro y ya se observaba un nutrido grupo de aficionados provistos de sus cestas, esperando que nos convocaran para planear la jornada.
Las indicaciones fueron escuetas y la planificación elemental: nos dividiríamos en tres subgrupos y cada uno de ellos -dirigido por un experto micólogo- rebuscaría por un paraje diferente.
Nosotros nos adscribimos al grupo de Agramonte. Llegamos al centro de interpretación y, enseguida nos tiramos al monte ávidos de descubrir algún "cado" repleto de rebollones.
Pero la realidad es contumaz: subimos y bajamos, mirábamos al suelo con determinación y, de vez en cuando incluso movíamos la hojarasca con algún palo.... ¡nada de nada! Volvíamos a subir, a encontrarnos con otros miembros del grupo, a señalar posibles zonas promisorias de abundantes especies micológicas... ¡de nuevo nada! Íbamos, veníamos y tornábamos para volver de nuevo a la situación anterior de no ver ¡absolutamente nada!
Como las instrucciones eran que cogiéramos todo lo que viéramos, yo, para no volver con la cesta vacía cogí un ejemplar medio petrificado que había crecido en un tronco. También eché al receptáculo una seta roja de muy mal aspecto que debió crecer allí por despiste. Nada que ver con otras ocasiones en las que la abundancia de níscalos,
setas de cardo, champiñones, etc era destacable.
Sobre las 11 volvimos a reencontrarnos todos los miembros del grupo. Ante la rala recolección, todos nos quedamos un poco perplejos pues no había mucho que comentar. Un dirigente sugirió seguir rebuscando por otros parajes puesto que, a su entender, todavía había esperanzas de encontrar setas. El grupo recibió estas palabras con incredulidad y el subgrupo de 6 personas entre los que me contaba decidimos en rápida consulta no continuar con la infructuosa recolección e irnos a Santa Cruz de Moncayo a ver la feria de artesanía. A su vez el minigrupo se volvió a fragmentar cuando Antonio y Ricardo anunciaron su intención de tirarse al monte pero para caminar un rato a buen paso.
Así es que sobre las 12:00 de la mañana aparecimos en Santa Cruz donde ya se estaban preparando los puestos y talleres de divulgación y práctica cerámica. Enseguida nos encontramos con Juan y Ángeles Casas que también participaban en el evento y, en armoniosa camaradería, nos dirigimos a un bar a tomar un vermut. Después del refrigerio nos dimos una vuelta por el pueblo y, posteriormente acudimos al pabellón en el que se realizaban las actividades cerámicas. Allí todo fue hablar con uno y con otro y reencontranos con viejos conocidos que, a su vez, también estaban disfrutando de lo lindo de la soleada mañana.
Un grupo de dulzaineros acompañados por tambor y gaita iban amenizando el evento y a mí que tanto me llama la atención la música enseguida me dio la vena de grabar su actuación.
Finalizada la visita regresamos de vuelta a San Martín a comer. Habíamos reservado en el Hotel Gomar y la refección se componía de varios platos, a elegir, todos ellos con setas u hongos en su composición.
Nos decidimos por la ensalada con hongos y queso de cabra, el revuelto de setas del Moncayo y el entrecot con salsa de setas. Otros comensales del grupo optaron por el ciervo, el jabalí escabechado o la lubina. El tinto de Ainzón, recio pero atemperado y con genio facilitaba el paso de las viandas. El cierre del yantar consistió en cuajada con mermelada de setas y café.
Una animada sobremesa facilitó -al menos en parte- la digestión. Eran ya las 16:30 y decidimos esperar hasta las 17:00 que era cuando estaba prevista la exposición de setas recogidas.
No pudimos esperar a que se organizara la susodicha exposición porque a las 17:15 todavía no había nada preparado y ya se nos hacía un poco tarde. Así que cogimos el montante y enfilamos rumbo a Zaragoza. Cuando arribamos a la ciudad todavía nos quedó tiempo para departir enfáticamente sobre lo divino y lo humano y para echarle un vistazo a la organización de archivos y carpetas en el ordenador.
Enseguida se hizo de noche y el sueño no aparecía. El café con leche y el café solo todavía seguían influyendo en el SNC. La cafeína tardó en diluirse porque era ya la 1 de la madrugada y aún no me habían entrado las ganas de dormir. Aproveché para leer un rato el libro sobre procrastinación y me conjuré a terminar el opúsculo pues me pareció de sumo interés.