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viernes, 27 de julio de 2018

Espíritu de verano (I)


Desconozco los motivos por los que se adoptó esta solución para la portada de la iglesia de Petilla de Aragón. Es probable que si le consulto a San Google, me de alguna pista; pero aquí se plantea otro dilema: ¿es mejor conocer la realidad de lo que pasó o nos inclinamos por la creatividad para imaginar posibilidades?

Del conocimiento "objetivo" a la especulación creativa hay un trecho importante. No está de más recorrerlo de vez en cuando.

Me inclino por pensar en alguna falla en el asentamiento de la iglesia debido -probablemente- a lluvias torrenciales o intensas nevadas. Y quiero pensar que la original (y a mi entender peculiar) solución que se buscó tiene más que ver con la urgente necesidad de detener el desplazamiento del templo que con consideraciones estéticas.

¿Sería posible retornar a la situación anterior y poder disfrutar de la portada en todo su esplendor?

¿O quizás es preferible dejarla como está. Epítome de la debilidad humana ante situaciones extraordinarias.

viernes, 20 de julio de 2018

Los Rarámuri... de Uncastillo

Veo a Lorena Ramírez corriendo maratones en sandalias y con el traje regional; sin ningún tipo de equipamiento de los que llaman "modernos" y veo también la sencillez y dignidad del pueblo rarámuri y, casi sin querer, me transporto a la niñez, en mi pueblo, en Uncastillo.

Allí los años sesenta bien podrían equipararse a la situación actual de los tarahumara. Todos los mocetes hacíamos deporte sin saberlo, sin equipamiento alguno y sin tener tampoco ninguna noción de posibles récords batidos.

Cogíamos las bicis, por ejemplo, y en un plis plás nos plantábamos en el pocico de La Tejería para iniciar la -casi diaria-pesca de barbos a mano. Por supuesto sin complemento alguno que facilitara la tarea. A lo más, algún saco de arpillera para alojar la pesca. Es posible que hiciéramos algún Guiness; pero, naturalmente, ni nos enterábamos.

Subir montes era otra de nuestras especialidades. Nunca hablábamos de desniveles ni de distancias recorridas. Simple y llanamente caminábamos hacia el destino que hubiéramos elegido ese día. Daba igual si era la piedra La Lavadera o Malpica de Arba. No importaba si habíamos invertido muchas o pocas horas. Con que hubiéramos cumplido nuestra misión nos dábamos por satisfechos.

La escalera de caracol que conducía al campanario de la iglesia constituía otro importante elemento de entrenamiento -aunque no lo supiéramos- y lo mismo -cuando tocaba- bandear las campanas. El tiempo dedicado a la actividad se medía a ojo cubero. Por supuesto no conocíamos cronómetros ni, por tanto, anotábamos ninguna marca.

Lo mismo puede decirse de la caza del baucino, de cuando íbamos al conejo o a la perdiz o de la pesca con caña. Allí no se cuantificaba nada. A lo más los ejemplares capturados. Quizás batimos algún récord, quién sabe.

Ayudando a nuestros padres tampoco nos quedábamos atrás. Colaborando, por ejemplo, en la siega. Entonces no se hablaba para nada de la temperatura del día. A lo más decíamos que hacía "algo", "mucha" o "bastante calor". Seguro que en este apartado también hubiéramos ganado algún premio a la vista de las inclementes condiciones en las que desarrollábamos nuestra tarea.

Me veo en las fotos de la época con vestimenta sencilla y sin alharacas y, al igual que los de mi generación, posando de forma natural y sin estridencias puesto que, entonces, todavía no había irrumpido de forma masiva la televisión y no se copiaba ningún modelo. Cada pueblo, cada localidad, había desarrollado su particular cultura y esa diversidad constituía un mosaico verdaderamente pintoresco.

Sí, ahora, a 63 años vista yo me considero un rarámuri de mi pueblo. Heredero directo de usos y costumbres, de tradiciones que han desaparecido ya para siempre.

viernes, 13 de julio de 2018

Recogida de la cosecha

Ahora comienza lo bueno. Después de todo un año entregados pacientemente al cuidado y supervisión de las colmenas, ahora es tiempo de recoger la cosecha. De tomar una parte del trabajo de nuestras pupilas para -posteriormente- degustar su sabrosísima miel. Natural cien por cien. Sin trampas ni cartón y respetando al máximo el entorno natural. Un relax para la mente y una delicia para el paladar.






viernes, 6 de julio de 2018

Jubilatas


El propietario de la mercería de mi barrio ya se ha jubilado. Después de años y años atendiendo pacientemente clientes y clientas con deseos y antojos de lo más variopinto, pues el hombre ha decidido darle un giro radical a su nueva vida. Ahora me lo veo un día si y otro también con su gorra de Fertiberia enfundada en la cabeza pedaleando como un poseso carril bici arriba, carril bici abajo.

Yo ya lo intuía, pero se ve que mi amigo estaba harto de permanecer día tras día encerrado entre cuatro paredes y sin hacer mucha actividad física. Así que ahora aprovecha la ocasión y, en cuanto puede, busca amplios horizontes pedaleando a rabiar.

Un amigo ha dedicado una parte sustanciosa de su vida a trabajar como informático. Muchas horas de estar sentado y muchísimo tiempo dedicado a desentrañar los imbricados códigos de los programas que él manejaba. Una vez jubilado, ha dejado totalmente atrás ese estilo de vida y dedica gran parte de su tiempo a inventar. A buscar soluciones creativas a problemas que se van planteando en el día a día.

Un conocido -orientador de profesión- también le ha dado un giro radical a su trayectoria vital. Se ha montado un huerto y ahora todo su empeño consiste en criar tomates, lechugas, cebollas y berenjenas.

Otro amigo -anteriormente profesor y músico- dedica ahora su tiempo sencillamente a pasear, ir a la piscina y leer con desbordante entusiasmo libros de historia.

Mi propio caso también es paradigmático. Después de dedicar miles de jornadas al mundo de la educación, ahora lo que me llama y me complace enormemente es el entorno natural y la cría de abejas.

Puede decirse que todos compartimos un nexo común: hemos dejado atrás lo que -por elección propia o debido a las circunstancias- fue nuestro trabajo principal y nos dedicamos ahora que podemos y tenemos tiempo, a lo que realmente nos gusta. A lo que nos pide el cuerpo.

No puedo dejar de asombrarme de la capacidad de adaptación de la mente a las nuevas situaciones. A diferencia de lo que ocurría antaño, a los jubilados actuales se nos ofrecen ahora un montón de nuevas posibilidades a las que, por lo general, nos entregamos con pasión.

Suele hablarse de la tercera edad. Yo más bien diría que la jubilación actual es una tercera juventud.