Las cosas que nos acompañan a lo largo de la vida son como una extensión de nosotros mismos. Cantidad de objetos y diversidad de artículos que forman parte de nuestro universo diario. Desde la ropa con la que nos vestimos hasta las sillas en las que nos sentamos pasando por los adornos de nuestras viviendas o la vajilla en la que nos servimos la comida.
Pero en la galaxia de seres acompañantes, además de nuestra famila, hay dos estrellas que brillan con gran intensidad: los animales y las plantas que cuidamos.
En el primer caso, nuestra perrita Duna sería, sin duda, merecedora de toda una entrada en este blog. Méritos no le faltan a esa ágil y presumida galga italiana. Sin embargo son los árboles y las plantas del jardín a los que quiero dedicarles mi atención esta semana.
Algunas de ellas conviven con nosotros desde hace casi 12 años, que es cuando vinimos a vivir a nuestra actual vivienda. Otras fueron adquiridas y trasplantadas a lo largo de esos años. Muchas murieron sin dejar rastro alguno.
Comenzaré por los frutales a los cuales les tengo especial afección. El motivo no es otro que la tradicional dificultad para conseguir frutos de calidad en mi pueblo de origen: Uncastillo. Salvo en algunos parajes muy señalados o barranqueras al abrigo nada ni nadie se salvaba de las inclemencias del tiempo. Las frutas sufrían, por tanto, las consecuncias de este rigor.
Tenemos, por un lado el limonero. Pasó dos temporadas muy malas y, a punto estuvo de fallecer. El segundo invierno después de plantarlo, se quedó sólo con una hoja pero conseguimos que se repusiera. Un acertado cambio de ubicación (al sol y protegido del viento) le dio los bríos necesarios para iniciar un vertiginoso crecimiento. Ahora nos agradece los desvelos con una vibrante, abundante, intensa y continuada producción de ricos limones.
Les siguen, por orden de plantación, las parras. Una de moscatel negro y la otra blanca, de moscatel italiano. No acabamos de congeniar. Todos los años prometen mucha producción, pero por una u otra causa, no acaba de materializarse. Tendremos que seguir, juntos, un curso de acompasamiento temporal.
Luego está el níspero. Se ha desarrollado a partir de una semilla que encontré un día cuando iba a echar la basura. Es como un niño pequeño que requiere cuidados pero ya empieza a caminar solo. Espero que hagamos buenas migas y, en unos años nos pueda ofrecer sus sabrosísimos frutos.
Finalmente, en el apartado de frutas, están las fresas. Se expanden por todos los sitios y hay que ponerles coto. Pero a mí me gusta que permanezcan en el jardín.
Debemos agregar a este grupo, también, el rododendro que, de momento, no ha pasado del estadio de arbolito enano, todavía pegado a su maceta. Asimismo añadiremos cuatro cinamomos (melias) que brotaron de sendas semillas recogidas en la Plaza de la Albada. Este año experimentarán un buen tirón y, si hay suerte, ya podremos trasplantarlos a una maceta más grande a final de temporada.
Tapizando el brezo se yergue majestuoso el trachelospermun jasminoide. Ahora parece como si sólo pasara por ahí pero dentro de nada se poblará también de un precioso manto blanco anunciador del mes de mayo.
También la pandorea jasminoides (Bignonia blanca) pasó un invierno crítico hace dos años. Pero se repuso y este año ha mantenido el tipo con mucha dignidad. Está esperando -creo yo- que el tiempo se estabilice definitivamente para obsequiarnos con sus llamativas campánulas blancas.
Finalmente el espliego. Viejo compañero de fatigas también en el pueblo. Con su siega y recolección nos ganábamos unas pesetillas para las fiestas. He querido que esté presente en mi jardín como postrer homenaje después de muchos y felices años compartidos en Uncastillo.