Desde luego, "Un mundo flotante" con las fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894-1986) ha sido el evento en el que más me he detenido y más ha llamado mi atención. Las razones son múltiples y variadas. Me gustaría comentar alguna de ellas y compartirlo con los que me leéis.
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En primer lugar el origen social y la "adinerada familia de industriales" de la que proviene el autor contrasta claramente con mi propia experiencia vital y la de otros muchos visitantes de la muestra. Ya a los 8 años su padre le regaló su primera cámara fotográfica. A esa edad yo ayudaba a mi padre en las tareas del campo y me entretenía en mis ratos libres realizando experimentos con latas de melocotón agujereadas tapadas con un papel empapado en aceite con la finalidad de captar imágenes "al revés" tal como se indicaba en las instrucciones de los tebeos en los que figuraban tales inventos. La mayoría de las fotos de la exposición indican bien a las claras el mundo burgués en el que se movía el amigo Jacques. Él se desplazaba con coches de la época; fotografiaba aeroplanos, se bañaba en su piscina, viajaba por Francia y por Europa y se rodeaba de hermosas mujeres.
Un segundo impacto lo ha constituido ese halo retro que desprenden todas las instantáneas de la muestra. Reflejan un mundo que hace muchos años desapareció. Reflejan también la pasión con la que los protagonistas vivieron sus vidas y en las miradas de muchos fotografiados se dejan traslucir amores y desengaños que, sin duda, ocurrieron entre ellos por aquellas fechas. La mirada lánguida de muchas jovencitas contrasta con la altivez y autosuficiencia de algunos varones que aparecen en las fotos. Ellos saben que pertenecen a otra casta: la de los afortunados que pueden degustar el mejor champagne francés justo a la orilla de la playa.
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Una tercera reflexión -que siempre está presente en mi mente y en mis escritos- es la de la fugacidad de la vida. De hecho el autor puso gran empeño en capturar muchos momentos de su época con la declarada intención de preservarlos y mantenerlos vivos al menos en la placa fotográfica. Si hubiera llegado a ver la facilidad con la que, en la actualidad, se pueden tomar fotos de todo cuanto deseamos seguro que hubiera quedado deslumbrado.
Según he ido leyendo en los paneles explicativos de la muestra, el autor se casó al menos en 3 ó cuatro ocasiones, hecho que ya no se vuelve a comentar y que a mi me ha llamado la atención. Los folletos hablan sólo de las fotografías y de la exposición y nada dicen de las interioridades, de los pensamientos profundos del autor, de su visión del mundo y sus ideales.
Visto con la perspectiva actual, muchas de las ocupaciones y entretenimientos que aparecen en las fotografías se nos antojan ahora inocentes. Los movimientos congelado
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Con esas y otras muchas reflexiones he salido de la exposición y, desplazándome en bici, me he dirigido al Centro de Historia para contemplar las otras dos que me quedaban.
Ha sido una gira rápida por ambas muestras. Me ha gustado mucho más la de Japón que la de Bucarest. De la exposición de autores japoneses
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La finura de los trazos y el afán de perfec
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Ya para finalizar, he subido apresuradamente a la primera planta del Centro de Historia pues se acercaba la hora de cerrar. Allí se expone del 26 de mayo al 11 de septiembre la muestra "Bucarest en Zaragoza". La visita a este tercer evento no ha dado mucho de sí porque el arte contemporáneo no me llama mucho y el resto de fotografías y arte urbano no ha despertado en mi un especial interés. Aún así he tomado algunas fotos de algunas obras que me han parecido más originales. De la visita me he llevado la traducción del español "alegría" al rumano, que se dice "bucurie".
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Jornada interesante aunque algo apresurada. Confirmo mi intención de visitar periódicamente las exposiciones que nos oferta esta ciudad. Cada una de ellas es una invitación, una oportunidad para replantearnos afirmaciones tajantes, enfoques obsoletos y esquemas prefijados. Eso siempre es positivo.