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Pero hay un matiz muy importante en todo este proceso. Ahora la fruta se selecciona cuidadosamente y se distribuye a los puntos de venta en función del poder adquisitivo de los compradores.
Y la peor fruta va a parar a los barrios más humildes. Ahora ya no es como antaño que, al comprar un kilo de manzanas te ponían unas cuantas gordas y otras no tanto, todas ellas mezcladas. Se sobreentendía que todo comprador tenía derecho y obligación de llevarse un poco de bueno y otro poco de no tan bueno.
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El ejemplo de la fruta se puede extrapolar al resto de los artículos de alimentación. Se baja el precio para que estén al alcance de los menos pudientes, al tiempo que también se reduce de una forma estrepitosa la calidad. Siempre ha pasado, pero ahora el procedimiento es más implacable que nunca.
Y esta reflexión también la podríamos extender al ámbito de los servicios básicos: a la educación, a la sanidad... Al vestido, al calzado... Lo mejor para los adinerados. Lo peorcico para los de abajo.
De manera que si no media poco a poco el contrapeso de las redes sociales y de todos los que opinan en ellas y se hace más patente la voz de los que se van quedando sin nada, esta sociedad se va ir encarrilando progresivamente hacia una mayor desigualdad, hacia la más descarada separación entre mundos cada vez más extraños y antagónicos. Con el grave riesgo de quiebra social y falta de cohesión que todo ello conlleva.
En fin, esperemos que con la experiencia adquirida y las lecciones aprendidas en lo que llevamos de crisis, podamos todos encarar los tiempos venideros con más acierto. Y afinar al máximo cuando de nuevo nos llamen "a concurrir a las urnas".
Un saludo, peripleros. José Luis