Una banda de música desafiaba el aire y el frío mañanero y se arrancaba con una alegre melodía. Las vendedoras de roscón ya habían ocupado sus emplazamientos y una generosa cola de personas esperaba la oportuna orden para tomar una porción del preciado -gratuito- manjar repostero.
Por mi parte, me he encaminado rápido a las puertas del ayuntamiento en la creencia que las visitas guiadas comenzaban a las 9. Un señor de 78 años muy bien llevados -el único presente en la fila- me ha advertido del subsanable error, pues las visitas, según me ha dicho, comenzaban a las 10.
De nuevo nos hemos sorprendido muy gratamente cuando al llegar al despacho del alcalde, el propio Juan Alberto Belloch se ha ofrecido para explicarnos las particularidades de su lugar habitual de trabajo. Con muy buenas habilidades didácticas nos ha comentado el hallazgo y restauración de la mesa de su despacho, del siglo XIX, dos de las medallas otorgadas a la ciudad: la de San Sebastián y la de Soria, el busto de Goya, el artesonado del techo, etc, etc.
Yo, mientras tanto, aprovechaba esta inusitada oportunidad para tomar varios vídeos con las explicaciones del regidor de la ciudad, e incluso he aprovechado para que un señor del grupo, muy majo, nos sacara también a mí y al alcalde.
El munícipe se ha despedido y la visita ha continuado según los cánones establecidos. Para finalizar, se nos ha mostrado la sala de recepciones y, en la misma, era de notar el curioso detalle de los cuadros de todos los alcaldes, que han sido, de Zaragoza desde el siglo XIX. Curiosamente, faltaba el de Belloch, aunque luego he pensado que el boceto no se pergeñará hasta que termine definitivamente su mandato.
La guía nos ha sugerido, amablemente, ir descendiendo las escalinatas de acceso a la primera planta y, finalmente, se ha despedido de nosotros pues ya estaba un nuevo grupo preparado para la visita.
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No me detendré en las mil y una reflexiones que venían a mi mente a cada paso que daba en ambos museos. Algunas son las habituales: la fugacidad de la vida y los afanes de nuestros antepasados. Otras derivaban ya por el terreno metafísico: el sentido de todo ese esfuerzo, de tanta lucha por conquistar gentes y territorios, que aparece siempre como algo inseparable de la historia de la humanidad.
He constatado que la intensidad del viento y del frío se hacía más patente después de las tres visitas y sin pensármelo dos veces, me he encaminado hacia el Puente de Hierro para tomar la ruta de vuelta a casa. Sabedor de la tradición zaragozana por estas fechas, considero que los rituales básicos: roscón y viento se han cumplido. El añadido de la visita al ayuntamiento y los dos museos ha constituído, sin duda, mi particular enriquecimiento de la experiencia de hoy, día de San Valero.